lunes, 19 de mayo de 2014

Accous, Mauleon, Saint Jean Vieux, Larrau, Issarbe, Arette, Accous


Las fotografías las realicé en la noche del viernes al sábado en el itinerario descrito en el título. Fueron 220 Km y unos 3.200 metros de desnivel.

Cuando, en noviembre, hice mis cálculos con la hoja de ruta de la brevet 1.000 de Zaragoza caí en la cuenta de que, si todavía aguantaba, me tocaría rodar una segunda noche después de llevar unas 38 horas sin dormir.

Llegado el caso no me preocupa que el sueño me derrote, eso es algo que no puedo controlar ni entrenar. Pero lo que no puede pasar es que sea el miedo a lo desconocido, y no una amenaza real, lo que me haga desistir.

Por eso el pasado viernes salí con la bicicleta a las nueve de la noche tras catorce horas despierto por los quehaceres del día a día.

Tenía que rodar en lo desconocido, acostumbrarme a romper con lo establecido.

La crónica la he ordenado por capítulos y después he puesto las fotografías (que dadas las horas no son gran cosa) y un pequeño comentario.

Capítulo 1. El  enemigo número uno.

Estas rutas tienen un riesgo más que las jornadas diurnas porque si algo sale mal acabarás siendo juzgado por aquellos cuya única ley es la del beneficio, esos que viven envasados al vacío porque allí la mentira se conserva mejor.

Me los imaginé comentando la noticia y tildándome de inconsciente, ¿qué hacía este payaso yendo en bici de noche?.

Para no ser preso de sus redes, y ser engullido por la corriente, para hacer cosas diferentes a lo socialmente establecido hay que tener confianza en uno mismo, hay que aferrarse a la experiencia y al conocimiento del oficio.

Y la hora y media que tardé en llegar con el coche al punto de partida no lo dudé ni un minuto, sabía lo que me hacía y, entonces, ¿qué importan los tertulianos?

Capítulo 2. Rompiendo el punto muerto.

Conforme me acercaba al puerto de Bagarguy (o iraty) el miedo se iba acentuando. Tenía miedo al frío, a la ausencia de pueblos y casas, y a que las grotescas formas de los árboles bajo la tibia luz de la luna, junto con el ulular del viento, y el ruido de los pájaros, y los ladridos de los perros custodiando el ganado, y el sueño, creasen fantasmas irreductibles en mi cabeza, tenía miedo a ser presa del pánico.

Pero el miedo tiene una duración limitada. A veces dura hasta que cruzas la línea y compruebas que no hay nada a lo que temer. A veces dura hasta que te vence y retrocedes.
Lo que dura para toda la vida es la zozobra de no haberte enfrentado contra él, de no haber presentado batalla, de no saber qué es lo que hay un poco más allá.

Y esta ruta iba de eso, de cruzar la línea y ver qué pasa.

Y no pasó nada.

Capítulo 3. La otra orilla.

La soledad no es rodar en solitario, a deshoras, sabiendo que no te vas a encontrar con nadie.

La soledad es una máquina de café encendida, y visible, detrás de una puerta cerrada y saber que no habrá nada para ti, la soledad es mirar, con la única compañía de la carencia, las contraventanas de las casas sabiendo que si se abriesen sólo encontrarías miradas de desconfianza y recelo.

En Larrau miré el reloj. Tan sólo quedaban dos horas para que llegase la luz del día, para volver a pedalear dentro de contexto y la victoria sólo era cuestión de tiempo, de seguir pedaleando.

Capítulo 4. Victoria aplastante.

En la hora de las fotografías borrosas, y de la luna sobre el fondo azul, me vinieron a la mente las dos palabras del título.

Lo cierto es que llegué con fuerzas, no tenía sueño, no estaba impaciente por acabar y fue un momento de euforia porque durante toda la ruta no encontré ningún motivo para no seguir avanzando con paso firme al tres de agosto.

Y próxima estación, Barcelona.


Salgo pasadas las nueve de la noche y la luz va desapareciendo sobre el valle del Aspe.


Primer paso por Arette.





El modesto Col de Osquich y la luna llena dejan magníficas vistas pero mi cámara no es capaz de captar gran cosa.




Vida en Lacerveu.



Hay que tener mucha precaución con los bordillos apenas visibles durante la noche.



Maquinaria agrícola cerca de Saint Jean Vieux.



Saint Jean Vieux. Hay un bar abierto y aprovecho para echar un café y comprar una Coca Cola. En Francia, no me pregunten por qué, la gente no se extraña de que un ciclista entre a la una de la mañana en un bar y la camarera preguntó, con total naturalidad, si el refresco era para llevar o tomar.
Aproveché la luz de las farolas para hacerle una foto a mi bicicleta suplente.



El Col de Iraty o Bagarguy tiene un puerto intermedio llamado Burdinkurutzeta. Es muy duro, pues salva 800 metros en 9 kilómetros, pero siempre se me ha dado bien.





El punto luminoso debajo de la luna son los ojos de un caballo. Al menos tengo compañía.



Tan cerca y, sin embargo, aquella máquina de café resultó inalcanzable.





Bueno, es un trabajo tan malo como otro cualquiera: duermo poco, ando mucho y lo que veo no me gusta nada (de El Crack II).



Descenso muy lento por el frío y peligroso por la presencia de ovejas en la carretera.



Larrau pueblo. Llego descompuesto por el frío porque la parte baja la carretera discurre junto a un río y la humedad me ha dejado empapado por fuera y el sudor de la ascensión empapado por dentro.



No tenía pensado subir el Col de Issarbe (que comparte con el Col de Soudet gran parte del trazado) pero he llegado demasiado pronto y prefiero que el amanecer, el momento de mayor somnolencia, me pille subiendo. Durante la ascensión me adelantan dos coches, llevaba casi cinco horas sin cruzarme con nadie.



La luz del foco baila al son del manillar y resulta agotador. Durante algunos tramos lo apago y me ciño a la línea blanca del centro de la carretera. Fue un lujo que me pude  permitir porque no tenía nada de sueño.




La luna me ha acompañado durante toda la noche y ahora convive con un incipiente azul. El Sol no tardará en llegar.






No hay que bajar la guardia. Los reflejos andan mermados y el descenso del Col del Issarbe no está exento de complicaciones.



Y me encontré un lugar donde nunca antes había estado porque, a veces, para viajar no hace falta irse muy lejos.



Cumplidos los objetivos el último tramo se me hace muy pesado. Además ya llevaba unas 27 horas sin dormir.





4 comentarios:

  1. Leer tu crónica ha sido la emoción fuerte de la mañana. Que no será fácil que me deje.
    Chapeau, chapeau de nuit.

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  2. Vaya crónica, Sam. Con ella demuestras que ir en bici no es sólo un deporte, una experiencia, una forma de vida, también una búsqueda interior...que al final te hace libre: "Estoy tan feliz de seguir vivo, de una pieza y a punto. Este mundo es una puta mierda, sí, pero estoy vivo y no tengo miedo. "(final de La Chaqueta metálica) Abrazos de tu hermano.

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  3. Gracias por vuestros comentarios. Me alegro de que os haya gustado la crónica.
    Simplemente se trata de hacer cosas diferentes y disfrutar aprendiendo.
    Un saludo.

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